Para muchos padres modernos, la crianza de sus hijos implica una logística impresionante para que ellos cumplan actividades extracurriculares. Son jornadas que comienzan a las seis de la mañana para ir al colegio, continúan cuando las mamás los recogen para ir a clases de refuerzo de inglés, ballet, equitación, pintura, matemáticas, música, artes marciales, fútbol o natación. Y solo terminan a las siete de la noche, cuando llegan a casa, pero a hacer tareas. Los niños no tienen tiempo ni de cambiarse o comer y, como es de esperarse, terminan rendidos, como los papás, por el estrés de llegar oportunamente a todas partes.
En medio de esa tensión, es difícil tener tiempo de calidad para conversar con ellos. Y bajar el ritmo no es una opción. Para la psicóloga María Clara Arboleda, esta historia es común en familias de cierto nivel económico y social en las que ambos padres trabajan y sienten que si sus hijos desde muy pequeños tienen actividades fuera del colegio, van a estar mejor preparados en el competido futuro laboral que les espera. Por eso, cada vez comienzan más temprano. Hay jardines infantiles que les enseñan a niños de 2 años matemáticas, filosofía y yoga.
"Las actividades no son buenas ni malas -dice Arboleda-, pero cuando los papás exageran, impiden que el niño tenga
tiempo libre, que también es necesario".
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